Así lee un poema de la famosa poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió que erróneamente se le ha atribuido al poeta-héroe cubano José Martí. Ese escrito encierra un mensaje contundente, un sentimiento arraigado al corazón de los que somos nacidos en esa zona del Caribe, importantísimo, más allá de quién fue que lo escribió.
Hay que recordar que los destinos de Cuba y Puerto Rico han estado inextricablemente unidos. Más allá del idioma, las etnias, la geografía en común y la similitud de nuestras banderas, las dos islas han estado unidas por la historia. Ambas fueron de las últimas colonias de España y sus luchas por la libertad siempre caminaron de la mano. Los próceres cubanos y puertorriqueños se respaldaron mutuamente durante sus movimientos independentistas de España y se sufrieron unos el dolor de los otros.
Hoy en día los puertorriqueños también nos sufrimos el dolor que está pasando Cuba en su clamor por la libertad y por una vida digna. Tras la revolución cubana a principios de la década del 60’ hubo un éxodo de cubanos que salieron huyendo del régimen de Castro a Estados Unidos y también a mi Puerto Rico.
Fue en mi isla donde conocí a tantos cubanos que han sido parte de mi historia y de mi familia, cubanos que han ayudado a moldear mi vida, mi persona y sobre todo mi manera de pensar. Mucho antes de mis matrimonios con dos cubanos, cuyas familias adopté y me adoptaron, mi mejor amiga en la escuela intermedia era una cubana de la provincia de Holguín.
Al terminar las clases yo acostumbraba ir a su casa, que estaba a solo unos pasos del colegio para tomar una merienda. Muchas veces me quedé a cenar con su familia y era entonces cuando escuchaba los cuentos de cómo sus padres tuvieron que salir huyendo del régimen totalitario de Cuba sin nada en el bolsillo y de todo lo que les costó comenzar una nueva vida. Entre bocado y bocado de congrí y vaca frita contaban sus historias de cómo el comunismo les clavó una espina en el corazón y de cómo Puerto Rico les abrió los brazos para comenzar una nueva vida.

Con mi amiga de toda una vida, Mariela Melero, en Washington,DC en una actividad en la Casa Blanca en mayo del 2015.
Por años viví su sufrimiento. De solo recordar sus anécdotas lo vuelvo a revivir. Son historias que se repiten a lo largo del exilio y en las mesas redondas de las casas de los que fueron mis suegros y a quienes he querido como si fueran mis segundos padres.
Por todo esto me solidarizo con el pueblo cubano que después de tanto tiempo a manos de un régimen totalitario y de un embargo particularmente cruel se ha visto privado de libertad y del más básico bienestar. No tengo que haber nacido en Cuba para sentir como mía su angustia actual. Viendo las protestas a través de la isla solo temo que lo que les espera en el futuro cercano no será nada fácil.
Que les sirva de consuelo saber que millones de cubanos como ellos lograron sobreponerse ante la adversidad. Llevan esa valentía en la sangre. Que les sirva de aliento saber que somos muchos los puertorriqueños que apoyamos su causa, como siempre lo hemos hecho históricamente.
Esto me recuerda, lo que sí dijo José Martí sobre Cuba y Puerto Rico; que son “dos tierras que son una sola desdicha, y un solo corazón”. Sin saberlo predijo lo que estamos viviendo, que ambos pueblos seguiremos sufriendo en carne propia las luchas del otro.

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