Hay una palabra a la que hemos dado más poder que a ninguna otra: NO. Es una de las primeras palabras que aprendemos cuando somos bebés y es capaz de definir los márgenes de nuestra vida. A veces nos aleja del peligro. Pero otras veces nos aleja de nuestras metas.
Siempre he creído que para muchos decir “no” es una reacción automática. Por eso me niego a aceptarla como una respuesta válida y definitiva.
Eso lo aprendí durante las primarias de la campaña presidencial de Estados Unidos en 1988. Ese fue el año en que el reverendo Jesse Jackson, defensor de los derechos civiles, se convirtió en un fuerte rival del también precandidato demócrata Michael Dukakis, gobernador de Massachusetts, ganando las elecciones en seis estados y la asamblea partidista de Puerto Rico.
Ese verano, sin embargo, al acercarse la Convención Nacional Demócrata, los papeles se invirtieron. Dukakis comenzó a arrasar con los votos electorales. Todo indicaba que el primer aspirante afroamericano a la presidencia tendría que aceptar la derrota de un momento a otro. La prensa internacional seguía a Jackson a cada evento de su campaña. Todos querían estar presentes cuando finalmente hiciera el inevitable anuncio y concediera la derrota.Fue en esos días cuando conocí a Jesse Jackson y tuvo lugar la anécdota que quiero contarles.
Jackson fue invitado como orador principal al banquete anual celebrado por la Cámara de Comercio de Puerto Rico, donde me iban a otorgar el premio como "Periodista del Año" en reconocimiento a mi reportaje especial sobre la Unión Soviética para el Canal 24. Estábamos en una misma mesa larguísima, como a una milla de distancia el uno del otro. El área a nuestro alrededor había sido acordonada para mantener alejado al sinnúmero de periodistas de las principales cadenas de televisión y agencias de prensa de Estados Unidos que habían acudido al evento. Todo el mundo quería al menos un segundo con Jackson, lo suficiente para saber si ya había llegado a un acuerdo con la campaña de Dukakis para conceder la nominación. A todos los medios de comunicación, incluyendo al Canal 24 para el que yo trabajaba, les habían dicho que Jackson no haría declaraciones esa noche.

Con el Reverendo Jesse Jackson en el banquete anual de la Camara de Comercio de Puerto Rico en 1988.
De todos modos, decidí intentarlo y me acerqué a su jefa de prensa haciéndome la desentendida. “Quiero saber a qué hora es mi entrevista con el reverendo Jackson”, le dije. Me miró como si estuviera loca y me respondió lo mismo que ya le había repetido mil veces a los demás reporteros y medios de comunicación: “No, el reverendo Jackson no otorgará entrevistas a nadie esta noche”.
“Oh, ya veo. Pero no sé si usted está al tanto de que cada año el "Periodista del Año" entrevista al orador invitado. "Es una tradición”, le dije. “Creo que lo mejor es que hable con el director de la Cámara de Comercio y le deje saber que este año será diferente”. Por supuesto que era un invento mío. Pero deduje que con eso no le estaba haciendo daño a nadie. Me imagino que a la jefa de prensa le preocupó que los organizadores se sintieran ofendidos y por eso hizo exactamente lo que yo pensé que haría. Dio media vuelta, se acercó a Jackson y le susurró algo al oído. Él me miró y yo sonreí.
La jefa de prensa regresó y en lugar de decir “no”, esta vez me respondió como yo quería: “Muy bien. Tienes diez minutos”. Los guardaespaldas del Reverendo Jackson nos escoltaron a toda prisa a un salón privado, impidiendo que los demás reporteros nos siguieran. Los periodistas se quejaron, y de qué manera. El director de noticias de una de las cadenas de radio más grandes de la isla, Christopher Crommett, fue uno de los que más protestó, exigiendo una explicación de por qué la campaña de Jackson me estaba dando un trato preferencial.
No supe más de Christopher Crommett hasta tres meses más tarde, cuando me llamó por teléfono para informarme que acababa de ser nombrado director de noticias de la afiliada de la cadena Univisión en Nueva York. Dijo que había quedado muy impresionado con la forma en que había logrado conseguir la exclusiva con el Reverendo Jackson y que estaba buscando una periodista tan audaz y agresiva como yo. Tenía un trabajo en mente para mí. Pero no era cualquier trabajo. Era un puesto que me permitiría entrar por la puerta grande al mercado hispano de los Estados Unidos.
Ahora que lo pienso, pude haber aceptado el “no” inicial de la jefa de prensa de Jackson. Hubiera sido más fácil hacerlo, darme la vuelta y disfrutar de la fiesta. Después de todo, era mi gran noche. Pero opté por luchar para obtener la entrevista y valió la pena.
A menudo, la gente trata de desalentar a uno con un contundente “no”. Pero si uno seriamente quiere salir adelante en su carrera, nunca debe aceptarlo como respuesta final. Lo mejor es actuar como si la palabra “no” no existiera en nuestro vocabulario y volver a intentar.

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