Cuando escuché el teléfono sonando en la habitación del hotel, lo menos que imaginé fue que esa llamada cambiaría mi vida. El teléfono comenzó a sonar cuando yo me disponía a abrir la puerta y siguió sonando mientras intentaba quitarme los guantes para buscar la llave en el bolsillo. Sonó, y se me cayeron los bastones de esquiar. Sonó por última vez cuando ya estaba abriendo la puerta y casi pierdo la llamada. Jadeando, levanté el auricular y escuché la voz de quien menos esperaba, y mucho menos estando de vacaciones en una montaña en Colorado.Era Christopher Crommett, el mismo Christopher Crommett, que siendo jefe de una importante cadena radial, se había quejado de mí meses atrás, cuando obtuve una entrevista exclusiva que todo periodista ansiaba obtener. Acababan de nombrarlo director de noticias del Canal 41, la estación afiliada de Univisión en la ciudad de Nueva York.
“Esa noche que conseguiste la entrevista exclusiva y nos dejaste a todos rabiando de la envidia me dije que si algún día tenía la oportunidad, te contrataría para que fueras parte de mi equipo”, me dijo y acto seguido me ofreció el puesto de presentadora de noticias en su estación. Era la oportunidad que yo estaba esperando.
Aunque él conocía mi trabajo y consideraba que yo era la candidata perfecta, necesitaba la aprobación del gerente general de la estación para contratarme. Por eso me pidió que le enviara un video con una selección de mis mejores trabajos periodísticos para mostrárselo a su jefe. Prometí enviarlo a la mayor brevedad. Precisamente, tenía un video con mis mejores reportajes listo para una ocasión como esta. Estaba segura de que quedarían impresionados al verme realizando reportajes desde diferentes partes del mundo. Antes de colgar, le recalqué a Crommett que aunque estaba de viaje, le haría llegar el material de inmediato.
Llamé a una compañera de trabajo, amiga mía, para que fuera a mi oficina y me hiciera el favor de enviar el video por correo especial de manera que él lo recibiera al día siguiente. Pasé el resto de las vacaciones sintiendo maripositas en el estómago, ansiosa y emocionada a la vez, deseando que el video sellara el trato.
Una semana después, cuando regresé a la oficina y estaba organizando mis cosas, me quedé fría: el video estaba exactamente en el mismo lugar donde lo había dejado. Eso quería decir que otro video había terminado en Nueva York. Pero, Dios mío, ¿cuál de ellos? Corrí con el video en mano hacia donde estaba mi amiga.
En cuanto vio mi cara de pánico, adivinó que algo andaba mal. “¿Era ese el que querías enviar?” preguntó asustada. “¿Cuál enviaste?” pregunté, empezando a sudar frío. La llevé a mi oficina a toda prisa y ella me indicó el lugar donde estaba el video que había enviado a Nueva York. Oh, no... ¡ese no!
Había mandado el video donde yo salía ensayando la introducción a un reportaje una y otra vez. Digamos que era una recopilación de “metidas de pata” en la que yo parecía ser una principiante.
Si Crommett se la mostraba al gerente de la estación, su jefe iba a pensar que Crommett tampoco sabía lo que estaba haciendo. Llamé a Christopher inmediatamente, deseando que el video se hubiera perdido en el camino o de que al menos no hubiera tenido la oportunidad de mostrárselo a su jefe. Pero antes de que pudiera explicarle lo que pasaba, me confirmó que ya lo había recibido. Sentí que las rodillas se me doblaban.Su jefe ya lo había visto todo, y sorprendentemente, estaba encantado. Pensó que yo debía tener muchas agallas para enviar no una cinta de mi mejor trabajo, sino imágenes inéditas de mí misma, repitiendo la introducción de un reportaje todas las veces que fuera necesario, hasta que me saliera perfecto. Concluyó que eso demostraba mi tenacidad y dedicación a mi trabajo, que era precisamente lo que necesitaba el canal. Por esa razón fue que le ordenó a Christopher que me ofreciera el puesto en ese preciso instante. Me quería en Nueva York cuanto antes.
Por cuestión de orgullo propio, de todos modos les envié el video correcto ese mismo día. Seguramente ni se molestaron en verlo.
De mi “metida de pata” aprendí una valiosa lección. Es importante dar siempre el máximo en nuestro trabajo. Así, pase lo que pase, nuestro esfuerzo y buenas intenciones hablarán por nosotros hasta en la peor de la circunstancias.

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