Confieso que de pequeña fui a circos con animales. Nunca olvidaré el gran susto que pasé cuando en uno de esos espectáculos un caimán que formaba parte del acto se salió fuera de control y casi aterriza sobre una compañera de clase que estaba sentada al lado mío. Mientras controlaban al animal, durante segundos que parecieron eternos, todos gritaban. Fue tan traumático para esa niña que dudo mucho que jamás haya vuelto a un circo.
Yo sí. Mis papás me seguían llevando porque pensaban que disfrutaba viendo a los animales, pero realmente lo que a mí me gustaba eran los trapecistas. Recuerdo al legendario Karl Wallenda que poco tiempo después se mató, casualmente en San Juan, mientras caminaba sobre una cuerda floja entre dos edificios y una ventolera repentina le hizo perder el equilibrio.
De los animales de circo no quedó nada en mi memoria. Sólo recuerdo a los animales que veía en los documentales televisados de National Geographic y en los programas del gran Jacques Cousteau sobre las maravillas del mundo marino. ¡Ah! También recuerdo a Gloria, un ocelote hembra que alguien abandonó frente a mi casa en una jaula con su nombre, seguramente porque sabía que mi familia rescataba a todos los animales del vecindario y teníamos prácticamente un zoológico.
Gloria venía acompañada de una nota sin firmar que decía “Es bruta y no sirve para el circo, además se come un pollo diario. No puedo mantenerla.” Estaba desnutrida y tenía en su cuerpo marcas de abuso. Esa noche no se comió uno, sino dos pollos enteros. Aunque era salvaje y no permitía que nadie se le acercara, a mi mamá le dio tanta lástima que en un acto de protesta jamás nos volvió a llevar al circo.
Yo nunca llevé a mis hijos al circo, no sólo por respeto a la memoria de Gloria -y por temor a que les saltara un caimán encima- sino también porque con los años aprendí mucho sobre el sufrimiento de los animales que son obligados a entretener a los humanos.

Con una ballena gris en el santuario de Laguna San Ignacio en México donde nadan en libertad.
Hace unos años vi un documental sobre la agonía de las “estrellas” de circo. Es una agonía que comienza desde el momento en que el animal es capturado en un país lejano. Observé cómo un elefante amarrado por sus captores en África del Sur era golpeado con palos a los que le colocan clavos en la punta. En un intento por doblegar al animal, le incrustaban el garrote una y otra vez por todo el cuerpo, especialmente en la trompa porque es una de sus partes más sensibles. Normalmente los elefantes pasan varios días recibiendo palizas similares, sin acceso a agua ni comida, hasta que dejan de tener voluntad propia y se convierten en perfectos candidatos para el circo y para tomarse fotos con turistas.
El próximo paso de tortura es a manos del domador porque la única forma de lograr que un animal salvaje haga trucos en un espectáculo es mediante la intimidación. Ningún tigre va a saltar voluntariamente a través de un arco en llamas cuando cada fibra de su instinto le dice que es una situación de extremo peligro. La única razón por la cual lo hace es porque teme más al castigo que va a recibir si no obedece que a la posibilidad de quemarse.
Siempre he respaldado la labor de PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), la organización defensora de los animales más grande del mundo y fue así como vi videos grabados con cámara escondida de cómo “entrenaban” a varios animales y casi me tuve que tapar los ojos. Durante una “lección” el domador y cuatro ayudantes aplicaban choques eléctricos a un elefante encadenado durante 12 horas, hasta que el animal completamente doblegado aprendió a saludar levantando la trompa.
Por todo esto he sido activista en contra de los circos y del uso de animales en general para cualquier evento “en nombre de la tradición”. Los rodeos, las carreras de caballos, las peleas de gallos, nada de eso me gusta porque conlleva abuso animal.
Hace unos años, cuando un circo con osos polares fue de visita a Puerto Rico salieron a la luz imágenes de esos pobres seres encerrados en diminutas jaulas derritiéndose bajo el implacable sol del Caribe. Habían perdido tanta masa corporal a causa del intenso calor que se habían reducido a un manojo de pellejo y huesos. Era un castigo brutal para estos majestuosos animales que en condiciones normales nadan 60 millas al día en el Ártico y recorren miles de millas al año sobre el hielo.
Fue después de ver ese caso que me presenté ante todos los legisladores en el Capitolio de Puerto Rico para proponerles un proyecto de ley que prohibiera a los circos con animales en la isla. Durante mi presentación audiovisual hubo legisladores que lloraron al ver las imágenes de la crueldad. Otros ni podían mantener la mirada en el video porque era demasiado fuerte. Teníamos garantizado que el proyecto de ley iría a votación y estábamos muy optimistas...¡hasta que llegaron de Estados Unidos los cabilderos de los circos! Venían con bolsillos repletos de boletos gratis para que los legisladores y sus familias visitaran el circo en un tour VIP, diseñado solo para ellos. En fin, sólo les puedo decir que después de eso no hubo propuesta para frenar a los circos.

Observando desde una distancia prudente a una de la icónicas tortugas en Galápagos
Uno de los argumentos que frecuentemente utilizan las personas que lucran con animales en los circos es que a los niños les gusta verlos de cerca y que la experiencia resulta “educativa”.
A los pequeños les encantan los animales, es cierto. Por eso les garantizo que de conocer lo qué pasa a puerta cerrada en los espectáculos con animales, ellos serían los primeros en rogarle a sus padres que no patrocinen ese abuso.
He tenido el privilegio de viajar a África y ningún animal se comporta en el circo, como lo hace en su hábitat natural. Considero un engaño hacerle creer al público que un oso disfruta de correr bicicleta. Lo que se ve en la función nada tiene que ver con la realidad.

En el desierto de Abu Dabi en un santuario de camellos.
Creo qué hay muchas opciones para que los niños se diviertan sin tener que hacerlo a costa del sufrimiento de los animales. Por eso, a través de los años he dedicado parte de mi tiempo a concientizar al público sobre el tema. Considero injusto que la existencia de un animal se convierta en una tortura solo para que los empresarios de estos eventos, acuarios y carreras se enriquezcan.
Es inmoral que el ser humano someta a seres vivientes a situaciones de continua crueldad solo para que el animal lo entretenga durante unos minutos. No hay que olvidar que cuando acaba la función y todos se van a casa , esa “estrella de circo'' regresa a la triste realidad de su diminuta jaula.

¿Estás de acuerdo en que los espectáculos con animales deben ser prohibidos? ¿Cómo ha sido tu experiencia con animales? Te invito a opinar y ser parte de la conversación.