Cuando comencé a trabajar como periodista aprendí a meterme por el ojo de una aguja con tal de lograr los reportajes y exclusivas que me interesaban. Uno tiene que ser asertivo y darle la vuelta a cualquier obstáculo hasta lograr lo que uno quiere.
En el verano de 1987 llegué un día a mi trabajo en el Canal 24 de Noticias en Puerto Rico, y de inmediato mi jefe me mandó a llamar. Quería informarme que había sido escogida para ir a reportar los vientos de cambio que estaban soplando en la Unión Soviética. Fue como una recompensa y un reto a la misma vez. Salí de su oficina saltando de la emoción y dándole las gracias. Pero tan pronto salí por la puerta, me topé con una dura realidad... tan dura como una cortina de hierro. Entrar a la Unión Soviética en esa época era prácticamente una misión imposible.
El gobierno comunista había anunciado recientemente una serie de reformas históricas que permitirían la apertura de la Unión Soviética al resto del mundo. Todo periodista del mundo occidental ansiaba viajar allí y documentar la nueva era de Glasnost y Perestroika (reforma y apertura) pero el gobierno soviético otorgaba muy pocos permisos de entrada. Aún para las grandes cadenas de televisión, con sus equipos de productores y asesores, les era muy difícil obtener el acceso, y aquí estaba yo sola, buscando la forma de hacerlo. Tenía en mis manos una especie de cubo de Rubik. ¿Cómo rayos entra alguien a Rusia?
Le pedí consejo a mi entonces esposo Guillermo, quien siempre encuentra una solución para todo. Decidimos que la mejor manera de proceder sería contactando al gobierno ruso directamente y poniéndole las cartas sobre la mesa. Durante los próximos días, preparamos una propuesta describiendo en detalle cada historia que quería reportar desde Moscú para el Canal 24, donde trabajaba. No había escrito un bosquejo tan completo desde que estaba en la universidad. Para aumentar nuestras posibilidades, exageramos el alcance de nuestra estación describiéndola como la única cadena televisiva que transmitía 24 horas no sólo en Puerto Rico, sino en todo el Caribe. Lo de “para todo el Caribe” fue una mentirita blanca. Cuando terminamos de escribir, nos sentimos seguros de haber contestado de antemano cualquier pregunta y de que se trataba de una petición válida.
En aquel entonces, la única forma de enviar el documento al Ministerio de Comunicaciones y Medios de Difusión en la Unión Soviética era por Télex, el precursor de la máquina de fax. Nos costó una fortuna enviar la carta de tres páginas. Esperé y esperé, hasta que dos meses después llegó la respuesta de Moscú. Mientras la máquina Télex imprimía cada letra, yo iba leyendo el mensaje, y cuando terminé de hacerlo, sentí como si me hubieran echado un cubo de agua fría encima. No recuerdo las palabras exactas, pero decía algo más o menos así: “Canal 24: A diario recibimos cientos de peticiones como la suya. No será posible”.
Me sentí devastada y cuando le mostré la nota a Guillermo, él trató de levantarme el ánimo. “No te des por vencida, Mari”, me dijo. “Tiene que haber una forma de lograrlo”. Miró la fecha del mensaje de Télex y cuando vio que era octubre, se le prendió el bombillo. En el mes de octubre, los soviéticos celebraban el triunfo de la revolución bolchevique.
Nuestra respuesta consistió en sólo dos oraciones: “Felicidades camaradas en el Aniversario de la Revolución. Por favor, reconsideren nuestra petición”.
Esta vez no tuvimos que esperar mucho. En menos de dos semanas recibimos la respuesta: “Prepárese para llegar a Moscú el 10 de diciembre, su itinerario ha sido aprobado en su totalidad.” No podía creerlo. Había sido una movida brillante por parte de Guillermo, que por cierto, quién de joven abandonó Cuba con su familia huyéndole al comunismo y detesta a los comunistas. Pero él sabía que ni siquiera ellos son inmunes a un halago.

En los inicios de mi carrera cuando me enfrenté a muchos retos que los convertí en oportunidades.
Pasé diez días en la Unión Soviética con mi camarógrafo en pleno invierno y para no congelarnos en las temperaturas bajo cero, teníamos que entrar y salir del auto varias veces durante cada reportaje. Yo era la redactora, productora, luminotécnica y asistente general de lo que fuera. No fue fácil, pero logré hacer todo lo que queríamos y mucho más. Obtuve acceso sin precedente al centro de operaciones de la KGB, la infame agencia de inteligencia soviética, y en Leningrado entrevisté en exclusiva al Dr. Svyatoslav Fyodorov, el oftalmólogo que creó el procedimiento para corregir la visión, conocido como queratotomía radial. También pasé un día entero con una familia típica moscovita y documenté sus penurias. Me llevaron a un supermercado, donde después de esperar en fila durante varias horas, muchos se iban con las manos vacías pues no había nada que comprar. El gobierno me otorgó un permiso especial para filmar dentro del Centro Espacial Soviético, donde establecimos comunicación con los cosmonautas a bordo de la estación espacial Mir. Desde el espacio sideral, los cosmonautas les desearon a mis televidentes en Puerto Rico una Feliz Navidad. Días después se transmitió el especial de una hora titulado “Una Puertorriqueña en Moscú”, que fue un éxito total y marcó un hito en mi carrera.

Haciendo una presentación frente al Centro Espacial Soviético, donde establecimos comunicación con los cosmonautas a bordo de la estación espacial Mir.
Nada de esto hubiese sucedido si no hubiera sido persistente. Uno nunca debe desanimarse al enfrentar un obstáculo, aunque parezca tan impenetrable como la Cortina de Hierro. Detrás de lo que otros ven como una barrera, siempre se esconde una oportunidad. ¡Sólo hay que buscarla con una voluntad férrea y no darse por vencido!

¡Continúa la conversación! ¿Alguna vez haz vencido un obstáculo que parecía impenetrable? ¿Cómo lo hiciste y qué se sintió lograrlo?