En estos días alguien me hablo de un tema profesional ultra confidencial y delicado. Me rogó que lo mantuviese secreto porque había mucho en juego. Por supuesto que nada de lo que hablamos será repetido. En primer lugar porque me siento halagada de que haya confiado en mí y segundo porque jamás permitiría que algo le perjudique. Además entiendo a la perfección eso de que “en boca cerrada no entran moscas.” Como periodista es fundamental ser discreto, proteger fuentes y saber guardar ciertas informaciones. Tengo ese entrenamiento. En adición a eso, me tocó aprender la importancia de guardar secretos muy temprano en la vida….gracias a una metida de pata.
La primera vez que me enamoré fue en primer grado.Se llamaba Juan Carlos Romaguera y provocaba en mí sentimientos imposibles de contener. Era un niño bueno, pero hubiese preferido que le hiciera menos caso a la niña que se sentaba a su lado y que me prestara más atención a mí. Claro, que ahora me doy cuenta de que su actitud probablemente tenía mucho más que ver con la conveniente ubicación de sus escritorios que con el amor.
Durante un receso de clases fui a beber agua de la fuente, cerca de la cual había varias señoras hablando. No sé por qué en ese preciso momento, sentí la necesidad de acercarme a una de ellas y confesarle esa verdad que me estaba quemando por dentro: “¡Estoy enamorada de Juan Carlos Romaguera!”.
Por fin, alguien más conocía mi secreto. Pero el alivio me duró solo un instante. “Ay, Dios mío, ¡ese es mi hijo!”, respondió la sorprendida señora.
De todas las madres que había en el mundo, en mi ciudad, en la escuela, había escogido justamente a la de Juan Carlos Romaguera. ¡Casi me muero! Y pude haberme muerto, quién sabe, porque no recuerdo nada más de ese incidente, excepto que todas las señoras se rieron. Seguramente les pareció que era la coincidencia más graciosa del mundo.
A mí no me hizo tanta gracia, especialmente después de que la mamá le hizo el cuento a Juan Carlos y él se puso más tímido todavía y empezó a evadirme. Me quedó muy claro que eso me pasó por bocona.
Jamás he olvidado lo que aprendí ese día: si uno guarda un secreto importante, lo mejor es no abrir la boca.
Esa lección me vino muy bien más de tres décadas después. En el 2002, decidí no renovar mi contrato con Univisión, la cadena para la que había trabajado por tantos años, y comencé a negociar con su rival, Telemundo.
Por razones estratégicas, nadie podía saber que estábamos considerando lanzar un nuevo programa que no sólo competiría directamente con mi antiguo show, sino que también reemplazaría el programa que Telemundo tenía en ese mismo horario. No queríamos alertar a Univisión para no darle tiempo a reaccionar y, además, queríamos asegurarnos de que la transición interna en Telemundo fuera lo menos complicada posible.
Mis reuniones clandestinas con los dos ejecutivos más importantes de Telemundo y mi agente artístico tenían lugar en mi casa y en suites de hotel para no ser vistos. Ya me imagino lo que la gente hubiese pensado al verme entrar en los cuartos hablando con ellos en voz baja y actuando con tanto misterio.
Para mantener la confidencialidad, los dos ejecutivos me dieron un nombre secreto: Diane. Ellos les decían a sus jefes de la cadena NBC que yo era la Diane Sawyer de la televisión hispana y que contratarme sería un gran acierto, equivalente a que NBC se llevara a esa famosa periodista de la cadena ABC.
Había tanto en juego, que durante todo el proceso no le dije nada a nadie. Ni siquiera a mi mamá con la que hablo a diario.Temía que no pudiera contener su entusiasmo y le contara a sus amigas y que sus amigas les comentaran a otros y que la noticia saliera a la voz pública. Si eso pasara todo estaría perdido.
Los ejecutivos de Telemundo estaban impresionados con lo discreta que yo era. Obviamente, no sabían el cuento de Juan Carlos Romaguera.
El plan funcionó. Nadie se enteró de nada hasta que nosotros decidimos que había llegado el momento. El 10 de abril de 2002 hicimos el anuncio oficial en un lujoso hotel de Miami, en un salón lleno de periodistas de todo Estados Unidos y Latinoamérica.

El día del anuncio de mi contratación en Telemundo. Junto a Jim McNamara (derecha) entonces Presidente de la Cadena Telemundo y Andy Lack, Chairman de Noticias de NBC (izquierda).
El evento fue transmitido en vivo por Telemundo, y más tarde supe que en Univisión todos estaban pegados al televisor. Algunos ejecutivos de esa cadena entraron en pánico, preguntándose si tendrían suficiente tiempo para delinear e implementar una estrategia que les permitiera contrarrestar el lanzamiento de mi programa en solo dos semanas. Mis antiguos colegas se alegraron de la noticia. Estaban felices por mí y sabían que mi salto a Telemundo fomentaría la competencia, algo que beneficiaba a la industria en general.
A veces caemos en la tentación de compartir con los demás lo que guardamos celosamente en nuestro corazón pero es importante aprender cuándo es preferible callar. Guardar en secreto nuestros más íntimos sueños no garantiza que se harán realidad. Pero sin duda, aumenta la posibilidad de que logren materializarse.

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