Seguramente muchos de ustedes saben que uno de mis pasatiempos favoritos es jugar tennis. Lo que no saben es que cuando pierdo un punto y tengo la opción de servir esa misma bolita amarilla u otra de las disponibles, siempre escojo la que perdió el punto. Eso no es común, la inmensa mayoría de los atletas son supersticiosos y prefieren cambiar la bola. Piensan que servir la perdedora les traería mala suerte. En mi caso yo lo veo al revés. Pienso que si le doy una segunda oportunidad a esa bolita amarilla ella no me va a fallar. Y cada vez que agarro a una bolita perdedora en mi mano le digo mentalmente….
“¡Ven para acá sin vergüenza que te voy a convertir en una bolita campeona!”
Seguro a estas alturas ya uno que otro de ustedes me va a tildar de loca por comunicarme telepáticamente con una bola de tennis pero….¡no salten a conclusiones sin antes escucharme! En los deportes, como en todo en la vida, la actitud y los mensajes que nos decimos con nuestra voz interior hacen la diferencia entre el triunfo y la derrota.
En realidad el poder lo tiene nuestra mente NO la bolita amarilla. Es la seguridad con la que agarro esa bola lo que hace esa diferencia. Es el no dejarme caer porque perdí un punto. El manejar ese punto perdido de una forma juguetona, con sentido del humor. El confiar en mi rendimiento. Todo eso cuenta. En otras palabras no le apuesto a la bola, me apuesto a mí. Y, sí, con frecuencia anotó el próximo punto. Y, por lo general, esa actitud y certeza me llevan a anotar más puntos ganadores que perdedores.

"El poder lo tiene nuestra mente NO la bolita amarilla".
Las palabras tienen mucho poder y lo que nos decimos a nosotros mismos se convierte en nuestra realidad por eso es tan importante que nos hablemos al espejo con mucho ánimo y ternura.
Hace poco más de una semana le estaba hablando sobre ello a alguien que quiero mucho y a quién le aconsejé que se quiera más. Estaba diciéndome que sentía que le estaban empezando a pesar los años, que le estaba cayendo “el viejazo”. No lo dejé ni terminar. Ahí mismo le aconseje lo que pongo en práctica todos los días: que se hable bonito. Porque todo lo que nos decimos nos sugestiona para bien o para mal. Nos creemos lo que pensamos y en eso nos convertimos. Nos afecta desde nuestra percepción ante el espejo hasta nuestra autoestima y estado de ánimo.
Tengo una buena amiga que toda la vida ha sido bastante gordita. Además no tiene ritmo al momento de bailar. Pero ella se encuentra fabulosa en todos los sentidos. En más de una ocasión me ha dicho “Es que cuando yo bailo y muevo estas curvas los hombres se vuelven locos y dejo a todos hipnotizados.” Acto seguido se lanza a la pista y baila como un trompo por horas. Su autoestima es tan saludable que convence a todos los que la conocemos de que es única y fantástica. ¡Somos sus fans! No saben la cantidad de pretendientes que tiene y lo más importante es que ella es muy feliz porque no permite que ninguna nube negra le haga sombra en su cabeza.
En fin, cuando estamos despiertos pasamos el tiempo pensando. Son horas de pensamientos y mensajes que pasan por nuestra mente a la velocidad de la luz. Por eso es de vital importancia percatarnos de qué porcentaje de nuestros pensamientos son positivos/negativos. Está comprobado que las personas que cultivan conversaciones bonitas en sus pensamientos suelen tener mayor seguridad en sí mismos, tienen una mayor motivación para lograr cosas grandes y son más productivas.
El primer paso para darle un giro a los mensajes negativos en la mente es:
Percatarse de que están ahí.
Reconocer que son un pensamiento negativo.
Entender que están siendo generados por uno, por lo tanto uno mismo puede cambiar el patrón o el pensamiento.
Con conciencia y esfuerzo se pueden disipar esos pensamientos que nos pesan y nos arrastran y se pueden cultivar otros que nos enaltezcan y que nos hagan volar.
Volar… igual que vuela esa bolita amarilla cuando está lista para ganar.

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