Es bien sabido que en nuestra cultura machista a los varones le dicen desde muy pequeños que llorar es cuestión de niñas. Por eso los niños crecen ignorando sus sentimientos o lo que es peor, embotellándoselos y lidiando con ellos en la soledad de su mente y sin el beneficio de escuchar la perspectiva de otro. Por eso los hombres viven con frecuencia sintiéndose como un Atlas, con el peso del mundo en sus hombros. A nosotras las mujeres eso no nos pasa. Hablamos entre nosotras, analizamos la situación y nos aconsejamos. Eso suaviza la carga de cualquier preocupación o duda de una manera tremenda.
En estos días he pasado mucho tiempo aconsejándole a un gran amigo con un problema sentimental que se abra y que no tenga temor de compartir sus sentimientos. Mis consejos, creo, le han servido para descubrir un nuevo mundo y para, en el proceso, descubrirse a sí mismo. Pero, no es fácil. Una vida de guardarse sus sentimientos a veces pesa más que los consejos bien intencionados de una amiga que le quiere bien. A veces da dos pasos para adelante y tres para atrás. Esa situación dio pie para el tema de esta columna.
Los hombres tienden a ver el mundo blanco y negro y en el proceso se pierden el maravilloso mundo entre esos dos extremos que es diferentes tonos de gris. Mientras más complejas son nuestras emociones más rica es nuestra experiencia en este mundo. Yo voy más allá. Pienso que abrir nuestro corazón nos muestra un colorido arcoíris.
No expresarse en un nivel emotivo tiene serias repercusiones físicas y mentales. Está comprobado que suprimir las emociones lleva a problemas de presión arterial, ansiedad y depresión. Y en el caso de los hombres a que sean 30% mas propensos a suicidarse que las mujeres. En general las personas que no comparten sus sentimientos tienen un 70% más de posibilidades de contraer cancer. ¡Hasta sufren de úlceras con más frecuencia!

A mis hijos los he criado a base de besos y abrazos para que también sepan demostrar amor. Aquí con Adrián y Julian durante un viaje a Santorini.
Por todo eso, desde muy pequeños le he inculcado a mis hijos varones la importancia de expresar a cabalidad toda la gama de sus emociones, de no tenerle miedo a ser vulnerable.
Se requiere de mucha valentía para permitirse ser vulnerable, no es un síntoma de debilidad sino de todo lo contrario, requiere de mucha fortaleza emocional. Y eso está bien. Muy bien.

Con Julian y Adrián en una visita a Estambul.

Siempre he promovido que mis hijos expresen sus sentimientos y que sean cariñosos incluso entre ellos mismos. Aquí Julian y Adrián durante un viaje familiar.
Espero que mi amigo, quien lee esta columna, recuerde mis consejos. También me gustaría que todos ustedes que me leen compartan este escrito con ese hombre importante en sus vidas. Anímenlo a abrirse y a que no le tema a echar una buena llorada cuando haga falta. Es algo que libera, alivia y te hace sentir vivo.

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