Hoy se celebra el Día de las Madres en varios países de América pero yo ya lo celebré según se observa en Estados Unidos, el domingo, hace par de días. Fui a un delicioso brunch con mis hijos y, estando sentada con ellos a la mesa, me pregunté a mis adentros…”¿Cuál es la enseñanza más importante que les estoy aportando como madre?”

Es en este brunch en el que se me ocurre la idea de escribir esta columna.
Mis tribulaciones fueron interrumpidas porque una señora en la mesa de al lado se estaba quejando en voz alta de que le habían entregado el filete mignon demasiado cocido. Estaba realmente molesta. Me atrevo a decir que amargó su celebración y estaba por arruinársela también a los demás.
Saben que la mente viaja a la velocidad de la luz y esa escena me transportó nada menos que a Ucrania. Pensé en las ironías de la vida. Mientras nos deleitábamos comiendo mariscos y pedazos de filete de primera, en Ucrania había gente pasando hambre, soñando con un pedazo de carne como ese, aunque estuviese más duro que la suela de un zapato.
Recordé a mi mamá siendo yo muy niña reclamándome porque había dejado gran parte de mi comida en el plato. “Mari, cómete hasta el último bocado que en Biafra hay una hambruna y los niños de tú edad se están muriendo por inanición” y concluyó con firmeza “Aprecia lo que tienes y acuérdate de ellos”. En ese entonces yo no comprendía como una calamidad tan lejana debía cambiar mi conducta pero obedecía y dejaba el plato limpio.

En los brazos de mi mamá que, a través de su vida, me ha inculcado enseñanzas que yo también le paso a mis hijos.
Mis pensamientos brincaron a los millones de animales en Ucrania, de donde sacan la carne, que han muerto entre los bombazos y las balas. En los que aún viven abandonados a su suerte, aterrados por un ruido ensordecedor que no entienden.
Me vino a la mente un discurso del Papa Francisco quien, al igual que San Francisco de Asís de quien adoptó su nombre, ama a los animales. En el 2015, con motivo de la Semana Santa, Francisco le pidió a la humanidad afrontar la "globalización de la indiferencia". Fue la primera vez que escuché ese término pero lo entendí perfecto porque era algo que yo percibía pero no sabía cómo verbalizarlo.
Francisco señaló que cuando nos sentimos a gusto nos olvidamos de los demás que sufren, nos dejan de interesar sus problemas y las injusticias que padecen. Evitamos que algo empañe nuestra felicidad. “Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien", lamentó en su epístola. Fue un llamado para afrontar esa actitud egoísta que ha alcanzado una dimensión mundial.
Es un tema relevante en medio de la gran tragedia que estamos viviendo con lo de Ucrania. Cuando comenzó la invasión rusa, hace casi 3 meses, todos estábamos pegados a esa noticia. Nos horrorizaba y nos atrapaba al mismo tiempo. Y después de unos días pasó lo que siempre pasa…se perdió la sensibilidad. Todas las imágenes empezaron a verse iguales, terriblemente iguales. La gente empezó a quejarse …”ya no puedo más con eso de Ucrania me tiene mal por eso he dejado de ver las noticias” y con esa excusa dejaron de prestar atención.
Atrás quedaron los post en las redes sociales de #rezaporucrania y las banderas azules y amarillas en señal de apoyo a ese país. ¿De qué valió todo eso? ¿De qué sirve que nos digamos solidarios con una causa y no hagamos nada tangible para ayudar?
Yo sentí también la tentación de caer en lo mismo pero por suerte mi trabajo con CNN me salvó porque para hacer mi programa DocuFilms de los domingos me toca sumergirme en ese dolor y ver todas esas imágenes inéditas que a veces son tan gráficas que no se pueden mostrar tal cual por televisión. Me obliga a no olvidar. Le agradezco a mi mamá por enseñarme la importancia de no olvidar.
Pensé en la reunión para recaudar fondos para los desplazados por la invasión de Ucrania que la semana pasada organizaron unos amigos. Me pidieron que fuera la Maestra de Ceremonia y lo hice con gusto. Fue una forma modesta de contribuir, de no ser parte de la globalización de la indiferencia. Con esta columna quiero pensar que también contribuyó a crear conciencia…
Ciertamente la mente divaga por mundos y laberintos torcidos que van desde lo simple a lo profundo en fracciones de segundo. Pensé en tantas cosas…
El sonido de un brindis con copas de champán me devolvió a mi mesa.

Con mi mamá y mis hijos, celebrando un Día de las Madres en Miami. Las lecciones y el amor se pasan de generación en generación.
Definitivamente en ese interim encontré la respuesta a la pregunta que me hice sobre cuál ha sido la lección más importante que le dejó a mis hijos. Viéndolos, en ese momento, sentados frente a mí, entendí que les he enseñado a no ser indiferentes ante la injusticia. A no mirar al otro lado cuando algo es doloroso para olvidar que existe. A no ignorar la desgracia ajena y a tomar acción. Porque, no me cabe la menor duda de que, el que calla ante todo eso se convierte en cómplice de todo ello.
